escribe Alfredo Grande.[1] (publicado en la Revista de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos. Diciembre 2006)
Recuerdo y Repetición.
La experiencia de los sobrevivientes del Terrorismo de Estado se encuadra dentro de las llamadas situaciones límites. Limite entre la vida y la muerte. Y no me refiero solamente a la muerte entendida desde la biología, sino muy especialmente la muerte de los vínculos familiares y de amistad, los proyectos vitales, las convicciones mas profundas. Muerte incluso del denominado sentimiento de autoestima, que es vital para sostener la continuidad de la dignidad de la vida.
El Terrorismo de Estado es terror y es Estado. Combinación letal porque desaparece la función de terceridad que supuestamente éste debería ejercer en los enfrentamientos entre particulares. El Estado Genocida demuestra que esa función era en el mejor de los casos ilusoria, en el peor directamente alucinatoria.
Las víctimas sobrevivientes del Terrorismo de Estado tienen diversos mecanismos para compensar el sufrimiento soportado. Deben enfrentarse con el perverso mecanismo construido por la cultura represora denominado “culpa del sobreviviente”. Esta situación en modo alguno es natural e inevitable. Es una forma de continuar el terrorismo de estado por otros medios. Ahora, como mortificación interna. Si el sobreviviente, es decir la víctima tiene culpa, el victimario tiene una dispensa que no le corresponde.
La situación político institucional actual es adecuada para la elaboración de esta culpa del sobreviviente. Se ha podido visibilizar nuevamente al represor sin la piel de cordero que las leyes de la impunidad le habían otorgado. Pero la cultura represora no va a permitir que puedan vivir en paz aquellos que lograron escapar de la trampa fascista de la desaparición forzada de personas. Si no hay culpa, entonces el mecanismo elegido es actualizar el terror. Actualizar el castigo. Actualizar el sufrimiento. Y la forma de lograr es tan inesperada cuanto cobarde. Los mismos juicios que buscan el castigo de los máximos responsables de la masacre y exterminio, se convierten en laberintos temporales. De ellos tampoco se puede salir, porque una y otra vez la victima se re- encuentra con los inicios de la pesadilla. Parecía que finalmente se había despertado, y que las vigilias democráticas iban a estar exentas de terrores y temores. Pero con absurdas e inconducentes pruebas testimoniales, para probar lo que ya está
históricamente probado, la victima vuelve a encontrarse con la víctima que fue, y que gracias a este perverso mecanismo, nuevamente vuelve a ser.
Entonces no se trata que la víctima recuerde. Por el contrario: es una forma perversa de actualizar el insoportable trauma que prolongó la muerte en vida durante un cautiverio cruel, degradante, hasta el límite de lo no soportable. Entonces pienso que se trata, una y otra vez, de otro efecto de la nefasta teoría de los dos demonios. Castigo para el victimario y castigo para víctima. Diferentes castigos, naturalmente. Los tiempos actuales no permiten que los jerarcas de la muerte puedan seguir disfrutando de la indulgencia de los mansos. Pero no hay nada que autorice a que las victimas, que deben ser, al decir de los letrados, el mas preciado bien a tutelar, porque ellas son la memoria del horror, sean traumatizas una vez mas. Es cierto: lo han sido muchas veces. Pero no abusemos más de la capacidad de resistir de las cigarras.
Me opongo a esta forma de conseguir testimonios y pruebas. Todavía es posible que las victimas reparen en alguna medida el ataque a la salud que padecieron. No hay poder sobre la tierra que debiera obligarlas a repetir la pesadilla. Re victimizar a la victima es otra trampa de la cultura represora que a todos nos compete destruir.
La derecha es un delirio eterno.
Política y delirio han estado unidos más de lo conveniente. Es importante entender como se construye un pensamiento delirante, porque en su apariencia encubridora, hará realidad el deseo de todo estafador para que tomemos gato por liebre. Un pensamiento delirante puede ser coherente. Puede ser lógico. Puede ser convincente. Hasta diría, demasiado convincente. La única verdad deja de ser la realidad, y pasa a ser la construcción de la verdad que el Poder realiza. Todo delirio es, en última instancia, un delirio de poder. Terrenales, celestiales o infernales. Quizá una de las premisas del pensamiento político delirante es que debe creerlo en primer lugar el que lo entroniza. Es un tipo especial de creencia. En realidad, es una certeza. La diferencia no es menor. La certeza no tiene apelación, no tiene duda. Si la tuviera, sería jactancia de intelectuales, al decir del ñato de la cara pintada. El delirio no hace pregunta, sino que marca respuesta. Habitualmente, la marca a fuego. En forma indeleble, en las mismas entrañas del ser nacional. Ser nacional eterno como los laureles que supimos conseguir, pero no necesariamente sostener. Todo delirio está construido con ideas que tienen las siguientes características: erróneas, a veces absurdas, no pasibles de crítica, y que condicionan las conductas del sujeto. Quedar por fuera de los delirios de una época es mérito importante, y bien podemos denominar a este esfuerzo, pensamiento crítico. El autodenominado pensamiento único tiene todos los elementos para ser incluido dentro del pensamiento delirante. Tiene los mismos trazos que el pensamiento dogmático, que ha hecho estragos en la historia de la ciencia y de las políticas libertarias. La construcción del pensamiento delirante es vital para el fascismo, pero no lo es menos para toda política que aspira a una cierta hegemonía. Si bien no toda hegemonía evoluciona (o involuciona) hacia el pensamiento delirante, es una forma de comienzo que no asegura buenos finales. El discurso K
en relación a la temática de los derechos humanos tiene esa modalidad. En efecto: sin antecedentes previos conocidos, es decir, sin génesis político social que lo acredite, el Presidente se entroniza como hijo de las Madres. Linaje que es aceptado por mero efecto de discurso, pero no de cualquiera, sino del discurso de la máxima jefatura del estado. Éste decreta sin número, pero con evidente necesidad y urgencia, que el gobierno que inaugura será de los derechos humanos. Lo que podría ser una buena estrategia y quizá un punto de llegada, pero nunca un punto de partida. Y menos en el país de los indultos y las leyes de impunidad. Sin embargo, mas allá de los dichos y los hechos, quedó sancionada en la opinión pública que el gobierno, producto de la mano visible del cabezón, podía contrariar su origen y por lo tanto torcer su destino. El primer efecto de este discurso hegemónico (podríamos decir que este discurso es al delirio como una gripe es a una neumonía) fue partir por el medio el presente y el pasado. La evidencia fue el acto por el 30 aniversario de la dictadura genocida. Analizador poderoso que no pasó desapercibido para la derecha de la memoria completa y la decencia incompleta. Pero cuando la hegemonía necesita mayor contundencia, mayor solidez, mayor impenetrabilidad (digresión: ¿se acuerdan del “impenetrable”? ahora es penetrable e inundable…Nada dura) entonces requiere de un “núcleo de verdad” para entonces clonarse en discurso delirante. “Núcleo de verdad: histórico, político, social, afectivo. Ese núcleo de verdad fue Hebe de Bonafini. La Presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo con una trayectoria inclaudicable de lucha contra la dictadura primero y contra todas las formas de las claudicaciones democráticas después, era la “verdad verdadera” que el discurso K exigía para entonces ser incuestionable. No necesitaba demostración alguna. Era, para decirlo de alguna manera, obvio. Si Hebe estaba allí, nada para discutir. Insisto: el punto de inconsistencia del discurso
K sobre derechos humanos (no había origen, no tenía historia, no presentaba formas de verificación alguna) pasó a ser una coraza de acero impenetrable. El núcleo de verdad (la militancia revolucionaria de las Madres) le dio fortaleza a todo el discurso. Hasta que… Desaparece Julio Jorge Lopez, de 70 años de edad, robusto, como dice la propaganda oficial. La desaparición del querellante y testigo de la causa contra el genocida Ethecolatz perfora la coraza tan prolijamente construida. Aparece con mucha fuerza otro “núcleo de verdad”. Pero que no puede ser cubierto por el discurso K. La estrategia de los juicios a los genocidas muestra su costado mas débil. La Justicia es un instituido débil, incapaz de enfrentar por si sola a la mano de obra siempre ocupada. Sin prevenir no se pudo curar. En otros términos: todos somos honrados, pero el poncho no aparece. O sea: todos somos defensores de los derechos humanos pero Julio Jorge Lopez no aparece. Parece que los retratos que alguien descuelga gozan de buena salud. Ante la total desorientación e incapacidad política del Gobierno para dar cuenta de este impensado no pensable por el discurso oficial, una terrible estrategia se hace presente. Un “núcleo de verdad” deslegitima a otro “núcleo de verdad”. Hebe hace declaraciones que cuestionan a Julio Lopez. Ojo por diente y diente por ojo. La militancia perpleja reacciona en forma diferente. En mi caso al menos, siento mas tristeza que bronca. Pero la inversa también es válida. El gobernador que se ha bajado de la reelección que pasa a ser otro sueño eterno, duplica la recompensa. En los viejos tiempos, la recompensa era para capturar al victimario, ahora en los tiempos del capitalismo serio, la recompensa es para encontrar a la víctima. Espero que a diferencia del flautista de la ciudad de
Hamelin, si aparece Julio Lopez se le pague al informante. Claro, solamente si aparece vivo.
Final abierto
La Asociación de Ex detenidos desaparecidos me pide este trabajo. La cultura represora necesita ser descubierta primero y pulverizada después. Tarea difícil pero no imposible. Al menos la cultura represora que se construye con la cobertura de los discursos delirantes, al modo del slogan o spot publicitario: “Argentina Potencia”, “Neuquén es confianza”, “Nueva cultura tributaria”, “Superavit comercial”, etc. Pero la realidad no se paga de palabras. No es el primer desaparecido en democracia, pero lo grave es que quizá no sea el último. Nadie en este momento está en condiciones de garantizarlo. Pero los únicos que están en condiciones de impedirlo son los militantes político y sociales, que conocieron las entrañas del monstruo y están en condicione de enfrentarlo. Y Julio Jorge Lopez es uno de ellos. Y para ellos no hay delirio que los convenza ni razones de estado que aguanten.
[1] Medico Psiquiatra. Psicoanalista. Miembro de la Dirección Nacional de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre
lunes, 18 de diciembre de 2006
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